Este sábado pasado, Hermanito ha cumplido un año de edad. Increíble, un año. ¡Cómo pasa el tiempo!
El caso es que, debido a mi situación de minusválido provisional, no pude ir a buscarlo a la cuna y fue Miña Lúa quien lo trajo hasta nuestra cama, junto con el Ser Bajito. Los tres le cantamos el cumpleaños feliz a primera hora de la mañana. Había que ver esos ojillos chispeantes de felicidad y esa sonrisa dibujada en su pequeña cara. Sonrisa que nos sacó a los demás cuando, al terminar la canción en su honor, se puso a aplaudir y a emitir un sonido que más o menos quería decir: ¡Bieeeeeeeen!.
Después, junto con la Llalla, le dimos los regalos. Entre él y su hermano, los abrieron en un abrir y cerrar de ojos. Después llegaron las "peleas" entre los dos porque el mayor quería jugar con los jugetes del pequeño y el pequeño se los dejaba a regañadientes.
-Hay que compartir.
El culmen de felicidad llegó por la tarde cuando le hicimos una fiesta-merienda. Sólo la familia. Tía, cuñado, abuelos, bisabuela, Llalla. Hermanito sonriente y como loco especializado en el arte de la apertura de papel de regalo. Nos hubiera gustado invitar a más gente, pero debido a mi convalecencia no resultó factible hacerlo. Durante la pasada semana tuvimos un duro periodo de entrenamiento para enseñarle a soplar la vela. Duro periodo que se vió compensado con creces cuando, una vez se le volvió a cantar el cumpleaños feliz, consiguió apagar la vela. ¡Qué satisfacción!
La verdad es que pasamos un día maravilloso. Pienso que el calor humano, el roce (aunque sea en la distancia), el cariño, el buen humor, la familia, la amistad y el amor son principios esenciales en esta vida, que el sábado pasado, le quedaron grabados a Hermanito en la retina, para siempre, como el poso del buen vino que se hace con el tiempo. Muchas felicidades, hijo, y muchas gracias por hacer que todos y cada uno de los días de mi vida, sean maravillosos.
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