El abuelo ranita siempre dijo que el tiempo es uno de los grandes tesoros de esta vida. Cuando quieres darte cuenta, las horas, los días pasan volando ¡Cuánta razón tenía!
El pasado fin de semana vinieron a vernos Saconita, Pelusa y sus dos cachorros, que por cierto, están geniales, guapos y simpáticos a rabiar. La pequeña, un bellezón.
Combarro, columpios, peleas por el pago de las cuentas, Raxó, palas en el agua, castillos en la arena, cena de hamburguesas, largos interminables en la piscina, encuentros de madrugada avanzada en el pasillo, niños que duermen debajo de la cama, niños que no duermen, helados, risas, llantos, gritos, pañales y viaje de vuelta. Nos vemos en Valladolid, en noviembre, cuando hayan pasado los sudores y sacrificios de la vendimia que, un tiempo después, nos proporcione ese excelente caldo parido, criado y mimado por la homóloga.
El miércoles habíamos quedado a las siete de la tarde con ojitos lindos y su princesa de compras para tomar unas cervezas y posterior cena. Cuando nos quisimos dar cuenta era la una y pico de la mañana. Charla, risas, viejos tiempos, nuevos tiempos, abundante cena, y sobre todo, felicidad por tener a un buen amigo y haber conocido a su compañera de un viaje que ojalá les dure toda la vida.
La amistad con los amigos de toda la vida, con los que siempre están ahí, vista desde la distancia, se vive de una forma muy intensa, tanto, que cuando te das cuenta, han venido a verte y ya se están yendo. Eso sí, un poso de felicidad siempre queda en el fondo de la taza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario