Por la mañana, relativamente temprano, hacemos la presentación de hermanito al abuelo ranita. El sol ilumina los montes de El Pardo.
Hemos quedado en Somontes con Saconita y familia, Nachete, que siempre está ahí, y familia y, tras seis años sin vernos, doy un abrazo sentido y emocionado a David y a Clara. Conozco a la chica marrón y a José-Angel pequeño.
Las horas pasan a velocidad de vértigo, las palabras fluyen, las fotografías también. Amigos de verdad, de los de esa época en que te dejan una huella imborrable a lo largo de tu vida, de los de esa época en que compartes absolutamente todo tipo de vivencias, amigos que jamás se van a marchar del corazón, a pesar de los avatares.
Padezco un cúmulo de sensaciones y sentimientos que me ponen la piel de gallina.
Es increíble ver cómo, además, los pequeños, nuestras réplicas, también se llevan bien, cómo han congeniado. Darío, Irene, Álvaro, Iago y Diego. A cada cual más increíble y alucinante. Maravillas de la genética.
El pasado, los malos momentos, han quedado olvidados y los daños perdonados.
Gracias por este reencuentro, por el cariño de siempre y por el retorno de una buena amistad que espero dure toda la vida y con el mismo grado de intensidad que antaño.
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