El sábado jugaba el equipo del ser bajito contra el equipo que iba líder de la competición. Tercer clasificado contra el primero. Juegan niños de edades comprendidas entre los cuatro y los seis años de edad.
Si los nuestros ganaban, tenían muchas posibilidades de llevarse el campeonato. Tal era la tensión que uno de los padres de nuestros jugadores se pasó el partido gritando "me cago en dios, corred", "Joder, hay que presionar más". "Arriba, hostia, arriba" y muchísimos más improperios impropios de oídos de niños tan pequeños.
Lo peor de todo fue que uno de los niños de nuestro equipo, Hugo, se quedó sin jugar. El entrenador lo tuvo cogido de la mano, preparado para realizar el cambio durante casi diez minutos, pero estaba tan metido en el partido que cuando quiso cambiar, la árbitro ya había pitado el final. Los nuestros ganaron por tres goles a uno, pero las lágrimas del niño que no jugó hicieron que esta victoria resultara del todo amarga y no merezca la pena.
Eso sí, el padre energúmeno estará muy orgulloso porque su hijo, metió los tres goles del equipo. Ojalá llegue a ser el gran futbolista profesional que su padre anhela o realmente cree, convencidamente, que ya es,; y ello para que cuando esté en un campo de fútbol alguien, desde la grada, le grite, -niñoooooooo, me cago en tu padre- ................................................
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