Así llevo toda la tarde, en uno de los momentos más tristes de los últimos tiempos. Hoy me he enterado que ha fallecido Arturo. Un niño de quince años. Ha muerto de manera trágica, en un accidente de bici. Su cabeza ha golpeado contra un muro y se ha desnucado o esnucado, la verdad es que ni lo se ni me importa realmente cómo se esribe esta palabra.
Un niño al que traté durante sus dos o tres primeros años de vida. El hijo de mi primo Marcos, sobrino de mi madre. Y sólo lo traté durante ese tiempo porque, circunstancias, jodidas circunstancias de la vida, cuando muchas veces se impone el odio a la razón, cuando se dicen cosas que no se deben decir o no se dice nada, la relación con mi primo, sus hermanos y mi tía, se vio truncada, de por vida, o eso pensaba yo.
Hasta que esa vida, jodida y puta, te mete un revés, por no decir una hostia, de este calibre. Es ahora, hoy, en este instante, cuando con lágrimas en los ojos y dolor de corazón, lamento que el odio haya imperado y haya habido este alejamiento tan brutal. Es ahora cuando me arrepiento desde lo más profundo de no haber podido tratar más a Arturo. Es ahora cuando me arrepiento de tanta mierda echada por fuera.
Hay un ángel más en el cielo y ojalá, algún día, pueda dar a mi primo, a Rosa y a sus hijos ese abrazo que hoy hubiera querido dar.
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