viernes, noviembre 10, 2006

29/02/1.976







Tenía yo cinco años cuando, el 29 de febrero de 1.976, mi padre me llevó por primera vez al Vicente Calderón, a ver jugar a ese Atleti del que tanto había oído hablar. Recuerdo perfectamente la salida del vomitorio hacia la grada con papá asíéndome la mano. Día de invierno soleado, el color verde y el olor del césped. ¡Qué gran momento!
Jugábamos contra el Granada y ganamos por tres goles a dos. Un partidazo.
Este equipo me habría de enganchar para siempre.
Así transcurrieron muchos domingos de muchos años, con aquél hombre preocupándose de que sus hijos pudieran aprender a sufrir, a perder, a soñar, a reir y a llorar en este estadio viendo a ese equipo rojo y blanco de mis amores. Abrigándonos en invierno, cuando nos ponía los pijamas por debajo de la ropa y cubriéndonos con una manta al sentarnos.
-Al lado del río siempre hace mucho más frío, porque es húmedo. Ya se que no os gusta, pero hay que abrigarse, que si no, vuestra madre me la va a montar-, nos decía mis hermanos y a mí. Mi padre fue un valiente, porque acudir cada domingo con tres retoños al estadio, aparcar lejos del mismo, caminar hasta llegar, risas e ilusiones. Caminar al regresar, lloros y lamentos. Este hombre fue un campeón y si algo le agradeceré siempre, es haberme hecho del atleti, con todo lo que conlleva. La verdad es que echo muchisimo de menos esos momentos compartidos con él y mis hermanos.
Por todo esto es por lo que el otro día lloré de alegría, como un niño, cuando ese "ser bajito" de dos años, que todavía no articula una frase, apareció cantando por el pasillo:
-aleeeti, aleeeeti, ra, ra, ra, abín, abán, bombán, a por ellos eoe-

¡Qué orgulloso se habría sentido su abuelo!
Tan solo espero que algún día no me pregunte:
-Papá, ¿por qué somos del atleti?-

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